Las prácticas políticas que se realizaban en el comienzo de la humanidad distan mucho de lo que los hechos muestran en la actualidad. En ese entonces existían políticos ejemplares que consumaban sus vidas al servicio de sus gobernados, de cualquier ser vivo que estuviera a su cargo por mandato divino, a través de la promoción y desarrollo de su espiritualidad. Sus esfuerzos se concentraban en ello lo cual permitía generar, de forma automática, todo lo que hoy parece un ideal y que en sus campañas utilizan a manera de lemas que suelen pregonar para hacerse al poder: justicia, paz, libertad, igualdad y demás. Independiente de la tendencia política que se persiga (izquierda o derecha), esto es fácilmente verificable a través de los discursos que proclaman, aun después de haber alcanzado el cargo político deseado; a través de los evidentes resultados que su gestión alcanza.
Hoy los políticos buscan ideales muy distintos al de sus propósitos originales. Sólo persiguen favorecer a sus familias y, en el mejor de los casos, a las de aquellos que los apoyaron económicamente, perjudicando de forma invaluable el desarrollo de miles de millones de seres vivos en general. Sus actos se asemejan más al de los perros cuando, por ejemplo, muestran a sus adversarios sus ridículos colmillos en procura de defender sus mezquinos intereses. Los actos hablan por sí solos.